lunes, 21 de noviembre de 2011

La Democracia en América

La Democracia en América es principal obra escrita por el politólogo francés Alexis de Tocqueville. Fue publicada en francés, en dos volúmenes, tras un viaje realizado por su autor a Estados Unidos en 1831 para estudiar las instituciones políticas de aquel país.
La primera parte de la obra describe las instituciones políticas fundamentales de la democracia estadounidense y el funcionamiento constitucional de dicho Estado. La segunda esboza un interesante análisis del modo en que la democracia influye sobre las costumbres e instituciones de un país, tomando como ejemplo la vida social de Estados Unidos. La obra no sólo posee un interés descriptivo del sistema político norteamericano, sino que debe inscribirse en el contexto histórico de la Francia y la Europa que conoció Tocqueville, dominada por las tensiones entre el conservadurismo del Antiguo Régimen y el liberalismo emergente y que ya había conocido cierta materialización política tras las primeras fases de las revoluciones burguesas. Asimismo, debe señalarse el interés que adquieren las reflexiones efectuadas por Tocqueville acerca de la democracia, a la que consideraba como el sistema de gobierno más acorde con la naturaleza humana, ya que supone el triunfo de la libertad. Tocqueville no dudó en señalar la importancia que posee el hecho de convertir las pasiones humanas en leyes e instituciones, de modo que una organización social responda a los más profundos sentimientos y necesidades de los ciudadanos que la componen.
Para Tocqueville, en suma, Estados Unidos representaba el ejemplo más claro de democracia y de cultura igualitaria. Señalando las diferencias entre Europa y Estados Unidos, afirmaba que la desigualdad reinante en el viejo continente hacía a los europeos más proclives a sufrir revoluciones políticas. Por el contrario, el igualitarismo propio de la vida estadounidense se convertía en un factor positivo para la instauración y la defensa de la democracia como régimen político. No obstante, también prevenía de los riesgos que conllevaba el gobierno de la mayoría, que podía degenerar en regímenes despóticos. Así, La democracia en América no sólo supuso la presentación en Europa de las instituciones políticas estadounidenses, sino una reflexión sobre el valor de la democracia en la vida de una sociedad y sobre el devenir mismo de la historia política de Occidente.

La tesis central de Tocqueville en La democracia en América* puede resumirse así: todo lo que empuja al hombre en la sociedad moderna a romper sus vínculos sociales y comunitarios, encerrándolo en el ámbito de lo privado, lo arrima cada vez con más fuerza a la sombra del poder, un poder próximo, determinado, íntimo y providencial. Es el poder de la democracia moderna, con sus raíces en la opinión pública, igualitario y mayoritario. Sin embargo, al contrario que otros críticos de la democracia, Tocqueville no tenía ninguna intención de combatirla, pues estaba convencido de que su implantación era histórica y filosóficamente inevitable. A él le interesaba más bien comprender las circunstancias en las que la libertad podía preservarse dentro de los tiempos y espacios democráticos, haciéndolos inmunes a las derivas despóticas que se habían manifestado en Europa y especialmente en la Francia revolucionaria. Para ello, identificó una serie de condiciones que consideraba necesarias para la defensa de la libertad en las sociedades democráticas.

« La principal causa del mantenimiento de la libertad en la democracia americana –escribía el historiador del pensamiento sociológico Robert Nisbert– es, como nos enseña Tocqueville, el principio americano de la división de la autoridad en la sociedad.» El escritor francés consideraba que los derechos individuales se habían alcanzado en América gracias a la diversificación de la autoridad, y que éste es un principio básico no sólo de la estructura de la autoridad general en América, sino también de todas las instituciones fundamentales de la vida americana, incluidas la religión, la economía y el gobierno político mismo.
Una segunda fuente de libertad en Estados Unidos, según Tocqueville, era la presencia y la importancia de las instituciones locales, que se entendían como auténticas escuelas de ciudadanía y de libertad. Íntimamente relacionada, se encuentra la tercera causa de la libertad americana: el sistema federal, que separa las ramas ejecutiva, judicial y legislativa en el gobierno nacional y separa también los poderes del gobierno nacional de los poderes estatales y locales.
La cuarta de las condiciones necesarias es la libertad de prensa, que considera decisiva no tanto porque ofrezca la posibilidad abstracta de un juicio individual sobre los asuntos públicos (como quizás hoy pensaríamos), sino porque a los ojos de Tocqueville una prensa libre es esencial para impulsar a las personas a formar asociaciones con grandeza suficiente como para dedicarse a las causas importantes. Con palabras de hoy en día, sería un prerrequisito para una aplicación correcta del principio de subsidiariedad horizontal.

A pesar de que apuntó muchos motivos para el entusiasmo, Tocqueville no fue en absoluto un admirador acrítico de la sociedad americana. En efecto, según Tocqueville, la sociedad democrática es una sociedad individualista en la que cada uno, con su familia, tiende a aislarse del resto. El individuo ascético weberiano, que se caracteriza por sus proyectos a largo plazo y por una rigurosa ética del trabajo, desaparece. En su lugar aparece un homo democraticus hedonista, al quien la igualdad de las condiciones sociales le empuja a tener una pasión irrefrenable por la riqueza y el bienestar. Es el primer retrato completo de ese yo acelerado, impreciso, gris, insatisfecho y ansioso que con tanta frecuencia sacará a la luz la sociología del siglo XIX, y que encontrará en la definición simmeliana del hombre “blasée” (hastiado) su imagen definitiva como tipo humano predominante en el ambiente metropolitano. «La misma igualdad –explica Tocqueville– que permite a cualquier ciudadano albergar grandes esperanzas, hace a todos los ciudadanos individualmente débiles. Permite que se dilaten sus deseos, pero al mismo tiempo limita por todos lados la fuerza de los mismos».

Curiosamente, esta sociedad individualista presenta algunas características comunes con el aislamiento propio de las sociedades despóticas, pues el despotismo tiende a aislar a los individuos entre sí. Por esta razón Tocqueville formuló, anticipando una reflexión que después desarrollará sobre todo Hannah Arendt, lo que Raymond Boudon considera que es su “teorema fundamental”: que la masa de individuos separados y distantes «tiende a dejar el campo completamente libre a los efectos perversos que generan las buenas intenciones del Estado». Ese Estado, sigue diciendo Tocqueville, que no solamente se convierte en empresario, educador y asistente social, sino que también establece las ideas y los valores que sirven de fundamento para esas actividades (especialmente para la educación). De este modo, la democracia tiende hacia una forma de “despotismo” bastante distinta de las antiguas formas de tiranía. En palabras de Tocqueville: «El soberano extiende su brazo sobre la sociedad entera; cubre toda su superficie con una red de pequeñas reglas complicadas, minuciosas y uniformes; no suprime las voluntades, pero las debilita, las inclina y las dirige; casi nunca obliga a actuar, pero continuamente se esfuerza por impedir que se actúe; no destruye, pero impide que se cree; no tiraniza directamente, pero obstaculiza, reprime, desmoraliza y anula».

Con todo, Tocqueville no pensaba que este “despotismo democrático” fuese inevitable. El problema que plantea La democracia en América centra así la atención en un modelo de libertad que un conjunto abstracto de reglas y procedimientos no puede garantizar (como querría cierto liberalismo), sino solamente la presencia de un pueblo educado y responsable. Es decir, personas capaces de superar los riesgos del individualismo democrático, poniendo en práctica otras dos características de la América que describe Tocqueville. Sobre todo, la participación asociativa. En su viaje por América el escritor francés quedó impresionado tanto por el número de asociaciones civiles y políticas como por su enorme vitalidad. Estas asociaciones eran esenciales para superar la división innata de los individuos en el seno de la democracia, y para defenderlos contra la centralización del poder. En resumen, las asociaciones voluntarias combatían simultáneamente los dos males del individualismo y del despotismo democrático.

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