Más aún: las ganó como candidato del
partido creado por el general José Efraín Ríos Montt, bajo cuya
presidencia de facto entre 1982 y 1983 tuvo lugar la mayor represión que
ensangrentó al país, fundamentalmente con campañas de exterminio de
población rural (más de 600 masacres de campesinos de origen maya). En
otros términos: todo se hace a los tiros. Valga el ejemplo: en ciertas
regiones del país -de donde proviene, justamente, Alfonso Portillo- se
es “macho” si se porta arma de fuego.
Sin dudas la apelación al “macho fuerte” que “tiene los
pantalones bien puestos”, en una sociedad atravesada de cabo a rabo por
la violencia (con un patrón absolutamente machista y militarizada hasta
los tuétanos) no desacredita a nadie. Por el contrario: levanta los
puntos.
Ahora, nuevamente, ante una elección presidencial -el 11
de septiembre próximo- quien va adelante en la preferencia popular es
alguien que, apelando a esa misma imagen de “recio”, promete “mano dura”
para arreglar el que se supone principal problema del país: la
violencia (que, en realidad, no es sino la punta del iceberg de una
situación infinitamente más compleja. Importante es decir, por ejemplo,
que el país tiene un 55% de su población por debajo de los niveles de
pobreza que marca la ONU: un ingreso diario de dos dólares. La
delincuencia actual no es sino una síntoma de un panorama más desolador.
Por ejemplo: un cuarto de la población de la ciudad capital vive en
asentamientos irregulares, el analfabetismo alcanza el 25% y la
subocupación y la desocupación abierta toca casi el 60% de la población
económicamente activa).
El general Otto Pérez Molina con su Partido Patriota,
miembro activo del ejército durante la recién pasada confrontación
interna y destinado a la región de Quiché, la más castigado en ese
conflicto armado, ahora jubilado de la institución castrense, puntea las
encuestas. Valga agregar aquí que en esa guerra, según lo estableció
Naciones Unidas a través de la Comisión para el Esclarecimiento
Histórico -que hace parte de uno de los Acuerdos suscriptos entre
insurgencia y gobierno-, hubo genocidio. Es decir: la política de
“tierra arrasada” que implementó el Estado para acabar con la guerrilla
masacró en innumerables ocasiones a la población maya (campesinos pobres
del Altiplano), que constituía la base social del movimiento armado.
Eso está debidamente probado. Y fue el Quiché la zona más golpeada.
Un país que viene de casi cuatro décadas de guerra
interna, con un cuarto de millón de muertos como consecuencia, y donde
la violencia cotidiana sigue cobrando víctimas a diario, ¿necesita más
violencia como solución a sus problemas? ¿Se puede apagar un incendio
echándole un baldazo de gasolina? ¿Por qué buena parte de la población
ve como única salida posible la propuesta de más violencia? ¿Por qué,
mientras en todo el mundo se deroga la pena de muerte, aquí muchos
siguen exigiéndola? De hecho, el candidato que marcha en segundo lugar
en las encuestas, Manuel Baldizón, habló de “fusilar a los delincuentes
en la plaza pública amarrados al asta del pabellón nacional”. ¡Y
encontró eco en la población!
Todo esto nos puede llevar a considerar dos opciones: 1)
la sociedad guatemalteca es profundamente masoquista; prefiere seguir
castigándose, violentándose, flagelándose, dado que la violencia,
inexorablemente, trae más violencia (véase el resultado de la guerra al
narcotráfico en México, o la ley antimaras en El Salvador: en ambos
casos la violencia creció exponencialmente). O 2) está “enferma” de
violencia.
Es difícil, o imposible, transpolar un esquema de
explicación individual (el masoquismo) a un colectivo social; es un
abuso teórico decir que una sociedad es “masoquista”. Exploremos
entonces la segunda opción: la violencia ya se hizo carne, es normal, no
asusta. ¿Por qué no pensar que el linchamiento es un crimen, y verlo
por el contrario como una “solución”? De hecho en la sociedad
guatemalteca esa práctica pasó a ser ya algo frecuente, pedida por
muchos incluso como una forma de “justicia”. Eso solamente es posible
porque la cultura de violencia, de muerte, de desprecio por el otro se
hizo natural. A todos toca: al marero que mata por encargo, al que paga
el encargo, al que aplaude la muerte, al que busca ansioso los muertos
en algún diario sensacionalista, al que publica el diario…
La violencia no se puede arreglar con más violencia. ¿Qué
pasará si Pérez Molina triunfa en estas elecciones? ¿Terminará
efectivamente el nivel de violencia criminal que asola al país? ¿Fusilar
unos cuantos criminales -o muchos inclusive- puede cambiar la
situación? Lo patético, cosa de la que ni los candidatos en sus campañas
hablan, ni tampoco los grandes medios de comunicación locales ni
internacionales, es que la principal causa de muerte en el país no es la
“criminalidad desatada” con la que machaconamente se aterroriza a la
población… sino el hambre.
http://www.argenpress.info/2011/08/elecciones-en-guatemala-masoquistas-o.html
Un país que sufrió hasta niveles indecibles la
violencia de la guerra interna, de ningún modo puede superar esas cuotas
de animalidad con más violencia. ¡Pero curiosamente quien aparece como
un posible ganador de las elecciones es quien promete más violencia para
acabar con la violencia! Paradójico, ¿verdad? No se acepta como
candidata a una mujer divorciada (la ex primera dama Sandra Torres, a
quien se le negó su inscripción), pero sí marcha primero en la opción de
voto un acusado de genocidio. La pedagogía del terror -eso fue lo que
sucedió en Guatemala durante varias décadas de la mano de un
anticomunismo visceral, feroz, absolutamente impune- da como resultado
más terror (definitivamente: dejemos de lado eso del masoquismo).
http://www.argenpress.info/2011/08/elecciones-en-guatemala-masoquistas-o.html
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